Brasil es el quinto país más grande del mundo y tiene una serie de características que lo hacen único y peculiar. Su morfología se origina en la época colonial, donde las colonias se establecían a lo largo de la costa. Los cafetales, las diferentes capitales que tuvo el país, la creación Brasilia, la selva y la gran cantidad de recursos naturales que enriquecen al gigante latinoamericano han marcado su historia, dejando huella en su configuración actual. A raíz de la inminente construcción de la línea de Alta Velocidad que unirá las megalópolis de Sao Paulo y Rio de Janeiro, con el puente aéreo más transitado del mundo, se pone sobre la mesa la idea de la implantación de una red de Alta Velocidad que pretenderá ser una herramienta para trazar un Esquema Director de Alta Velocidad entre las principales capitales de Brasil y contribuir así con las ventajas de este modo de transporte a la redistribución de la población aglomerada en ciudades saturadas a lo largo de la costa atlántica. La Alta Velocidad es un modo de transporte altamente competitivo al avión, que abre un nuevo concepto para las interrelaciones entre territorios y ciudades, creando una trama que estructura el territorio, creando una nueva red de comunicación ferroviaria que aproxima a los territorios y aumenta la libertad de circulación de personas y mercancías de con seguridad y respeto hacia el medio ambiente. Con el paso del tiempo el ferrocarril tradicional ha sido sustituido por el avión debido a la flexibilidad, la velocidad y comodidad propias de este modo, pero con la saturación del sistema aéreo ha surgido un nuevo concepto de transporte terrestre que alivia la saturación de las redes aéreas formándole competencia, actualmente, la importancia de la percepción de la seguridad, el medio ambiente y la necesidad de reconvertir los medios de transporte a una fuente de energía no dependiente directamente de los combustibles fósiles han hecho que el ferrocarril vuelva a ser un elemento estratégico a considerar en el futuro del transporte de Brasil. El ferrocarril brasileño tuvo una alta importancia a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la expansión cafetalera hacía necesario un nuevo modo de transporte para abastecer a Europa. Se construyeron líneas perpendiculares a la costa que décadas después se abandonaron, cuando las explotaciones dejaban de ser rentables. Hace un siglo las líneas de ferrocarril pasaron a ser del estado, quien no pudo mantenerlas y empezaron a caer en abandono. A mediados del Siglo XX se instauró el imperio del transporte por carretera y se dejó atrás el ferrocarril, cayendo en el olvido. En la década de los 90, con la privatización de empresas nacionales, se privatizó la explotación de las líneas férreas, que asumieron concesionarias privadas interesadas en el transporte de mercancías y con muy poco interés en el transporte de viajeros. Entrado el siglo XXI el gobierno de Sao Paulo lanzó la idea que serviría para el posterior interés en la alta velocidad, propuso unir la ciudad de Sao Paulo con Campinas, en el llamado Expresso Bandeirantes, un Tren Bala que nunca se construyó como tal, pero que fue el pistoletazo de salida a la Alta Velocidad Brasileña. El incremento de población Brasileña en las últimas décadas, en especial en la costa Sureste, y la mayor movilidad de las personas que viajan por motivos de negocios o turismo, ha provocado una situación insostenible. Las infraestructuras aéreas son incapaces de absorber la demanda y las carreteras sufren congestiones cada vez más frecuentes y graves. Estas circunstancias, además de la urgente necesidad de aplicación de medidas medioambientales, muestran que hay que tomar un cambio de rumbo. Por ello, un sistema que reduzca las emisiones contaminantes y que sea más eficiente respecto al avión o al coche, que mejore los tiempos de viaje y que aumente la movilidad, es lo que necesita Brasil.