Abstract:
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Los transfondos arquitectónicos fueron utilizados a lo largo de los siglos XIV y XV como recursos de creación ilusionista de espacio, de la cual los pintores hacían alarde con la inclusión de pavimentos, techumbres o, en general, de ambientes interiores. Comenzaron también a aparecer en la pintura del quattrocento como complemento indispensable del paisaje, como excusa para una captación detallista de los interiores y de la vida cotidiana, y se elevaron a la condición alegórica cuando se constituyeron, por ejemplo, en la imagen del paganismo vencido por la religión cristiana. Desde el siglo XVI, asimismo, las representaciones pictóricas de edificios singulares y de conjuntos monumentales urbanos adquirieron una función documental, y se consolidaron como un objeto narrativo de carácter topográfico. Se convirtieron en un recurso poético cuando, especialmente a lo largo del siglo XVIII, se utilizaron para crear ambientes bucólicos y misteriosos. Fueron, por último, aplicadas muy a menudo con una voluntad escenográfica y teatral, un recurso visual que entronca directamente con el que, probablemente, haya sido el papel más importante de los desarrollados a lo largo de la época moderna por las arquitecturas incluidas en la pintura: el compositivo, la arquitectura utilizada como ordenadora del espacio y como distribuidora de acciones, escenas y personajes; la arquitectura entendida, pues, como vehículo narrativo. |